Sobre el Purgatorio y el Concilio de Trento
Ya en el siglo XIV, el papa Clemente VI en una carta a los armenios, escrita en 1351, habla del Purgatorio como el lugar “al que descienden las almas de los que mueren en gracia, pero no han satisfecho sus pecados por una penitencia completa...y, que apenas están purgadas, aun antes del día del juicio, llegan a la verdadera y eterna beatitud que consiste en la visión de Dios cara a cara y en su amor.” El Concilio de Florencia convocado por el papa Eugenio IV, de feliz memoria para la Iglesia de Canarias por su defensa de los aborígenes canarios contra la esclavitud, promulgó en 1439 este importante decreto ratificando lo afirmado por el II Concilio de Lyon:
“Asimismo, si los verdaderos penitentes salieren de este mundo antes de haber satisfecho con frutos dignos de penitencia por lo cometido y omitido, sus almas son purgadas con penas purificatorias después de la muerte, y para ser aliviadas de esas penas, les aprovechan los sufragios de los fieles vivos, tales como el sacrificio de la misa, oraciones y limosnas, y otros oficios de piedad, que los fieles acostumbran practicar por los otros fieles, según las instituciones de la Iglesia.”
El concilio de Trento ratificó solemnemente esta doctrina, que había sido negada por el protestantismo. El decreto sobre el Purgatorio se aprobó el 4 de diciembre de 1563, en la sesión XXV del concilio. Dice así:
“Puesto que la Iglesia Católica, ilustrada por el Espíritu Santo apoyada en las Sagradas Letras y en la antigua tradición de los Padres ha enseñado en los sagrados Concilios y últimamente en este ecuménico Concilio que existe el Purgatorio y que las almas allí detenidas son ayudadas por los sufragios de los fieles y particularmente por el aceptable sacrificio del altar; manda el santo Concilio a los obispos que diligentemente se esfuercen para que la sana doctrina sobre el purgatorio, enseñada por los santos Padres y sagrados Concilios sea creída, mantenida, enseñada y en todas partes predicada por los fieles de Cristo.”][1]
Texto sobre el origen de los Ranchos de Ánimas y su relación con las órdenes mendicantes.
Los procesos colonizadores de los Reinos Cristianos desde la Edad Media, llevaban asociados la imposición del cristianismo y en este sentido cabe destacar la labor de las órdenes mendicantes: franciscanos, dominicos y agustinos en la conquista de Canarias.
Tendríamos que remontarnos a la Edad Media para vislumbrar los antecedentes de los ranchos. Dionisio Borobio, profesor de liturgia y sacramentos en la Universidad de Salamanca, ha estudiado en profundidad el tema, también en su vertiente histórica. Afirma este autor que el motivo del incremento de las cofradías en la Edad Media (siglos VIIXV) “se debe al deseo de encontrar ayuda solidaria en la tierra, y también auxilio fraterno después de la muerte”. Y aunque la mayoría se desarrollaron en torno a los monasterios, “existieron otras de simples laicos, totalmente autónomas, y también dedicadas a la oración por los hermanos, en esta vida y después de la muerte.” En éstas encajan perfectamente los Ranchos de Ánimas, que surgirían al abrigo de las Órdenes Mendicantes fundadas en el siglo XIII. En Canarias fueron los franciscanos, dominicos y agustinos los que promovieron y apoyaron la creación de los Ranchos en el siglo XVII.
[1]Sánchez Rodríguez, J. y otros (2008): “Rancho de Ánimas de Arbejales-Teror”, Religión. Ed. Anroart. Gran Canaria.
Tengamos en cuenta que, por escasez de clero, los frailes, establecidos en los grandes pueblos, atendían los lugares más apartados de la geografía insular.[1]
Iconografía representada en los cuadros de Ánimas
Aunque las representaciones varían, básicamente un cuadro de Ánimas representa el Purgatorio y el Cielo, y como, algunas de las almas que padecen en el fuego purificador son liberadas por los ángeles. En el Cielo espera La Santísima Trinidad (Dios, Cristo y el Espíritu Santo en forma de paloma). Estos cuadros están cargados de simbolismos y se suelen representar Santos, Vírgenes y Ángeles (destaca el arcángel San Miguel con indumentaria militar) que tienen un papel de intermediarios entre un mundo y otro. Adjunto el cuadro de ánimas recientemente restaurado en la Basílica del Pino y el típico cuadro de ánimas de la Virgen del Carmen, muy habitual en los hogares canarios desde mediados del S. XIX hasta mediados del S. XX.
La iconografía de San Miguel como conductor de las ánimas prevaleció en el siglo XVIII. A partir de la segunda mitad del XIX, los cuadros de la Virgen del Carmen liberando a las almas del Purgatorio, se fueron imponiendo en las iglesias de nueva construcción. La Virgen, vestida con el hábito y escudo carmelitanos, sostiene al Niño con una mano y con la otra muestra el escapulario. Con frecuencia se incorporan unos ángeles que sacan a las almas del fuego del Purgatorio y las llevan a besar el escapulario salvador. La Orden del Carmelo fue la encargada de propagar esta devoción por el mundo católico, principalmente en España y en Hispanoamérica. A veces, acompañan a la Virgen San Simón Stock, fundador de la Orden, y Santa Teresa de Jesús, reformadora del Carmelo. Según la tradición, a San Simón se le apareció la Virgen rodeada de ángeles el 16 de julio de 1251 y le mostro el santo Escapulario de la Orden diciéndole: “Este será el privilegio para ti y todos los carmelitas; quien muriere con él no padecerá el fuego eterno, es decir, el que con él muriere se salvará”[2].
Video explicativo de un cuadro de ánimas en México.
[1] Sánchez Rodríguez, J. y otros (2008): “Rancho de Ánimas de Arbejales-Teror” (Religión). p. 193. Ed. Anroart. Gran Canaria.
[2] Sánchez Rodríguez, J. y otros (2008): “Rancho de Ánimas de Arbejales-Teror” (Religión). p. 214. Ed. Anroart. Gran Canaria.
Cuadros de Ánimas
Cuadro de Ánimas de la Basílica Nuestra Sra. del Pino
(M. A. Martín-S. XVIII)
Cuadro de la Virgen del Carmen
(típico en los hogares canarios a partir de la segunda mitad del S. XIX)
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